De joven, persona nada social, con tendencia al aislamiento, hijo de arquitecto. Nos habla de los inicios de los 20, con la terrible inflación que múltiplicaba los precios de semana en semana, de cuando al realizar excursiones por los Alpes austríacos sentía al estar en las cimas que "bajo aquellas nubes vivían personas atormentadas. Creíamos estar muy por encima de esa gente. Jóvenes y arrogantes, estábamos convencidos de que sólo iban por las montañas las personas honradas. Cuando teníamos que regresar a la vida normal de la llanura después de nuestros ascensos, no era raro que al principio me sintiera más bien aturdido por la febril actividad urbana".
Speer nos habla de su relación distante con otros líderes del Partido, distancia que ellos mismos mantenían entre sí, tan sólo cohesionados alrededor del
Führer. El mismo
Führer se encargaba de ridiculizar a otros miembros de la élite nazi, durante las múltiples reuniones informales con su círculo más próximo.
Speer nos da una imagen de que él estaba "allí" por las perspectivas profesionales que se le abrían, más que por un aferramiento a la ideología nacionalsocialista, no dejando de reconocer, no obstante, que el
Führer ejercía sobre él una cierta fascinanción que dice no entender en el momento de escribir estas memorias, ya preso en Spandau.
Albert Speer sería quien debiera materializar la monumentalidad arquitectónica con la que debía pasar a la historia el Tercer Reich. Todas las obras debían superar cualquier precedente histórico, desde los monumentos propiamente dichos hasta la propia remodelación de Berlín. Además, se intentaría construir con el principio del
"valor como ruina", es decir, en el supuesto de que el Tercer Reich entrara en decadencia hasta el punto de que sus edificios más representativos estuvieran en ruinas, éstas deberían transmitir perfectamente la grandeza de lo que otrora fuera el Imperio (como el Coliseo romano, el Panteón ateniense...).
Esta teoría era inadmisible por el círculo más cercano a
Hitler, pues se consideraba blasfémico el hecho de pensar que el Tercer Reich pudiera entrar en decadencia en alguna ocasión. No obstante, el propio
Hitler parecía estar entusiasmado con el hecho de tener en cuenta las construcciones con el principio del
"valor como ruina".
¿Supo el arquitecto del Reich sobre el genocidio perpretado por los nazis hacia los judíos? Dice que se sorprende de no recordar de manera clara las observaciones antisemitas de
Hitler ni ser plenamente consciente del odio de éste hacia los judíos y, en todo caso, se ampara en el hecho que la educación nacionalsocialista se basaba en la compartimentación de tareas y en reducir el pensamiento a aquello que te concierne. No obstante, reconoce no haber sabido de aquello que no quiso saber. Nos dice que la noche de los cristales rotos fue un punto en el tiempo y en las acciones donde algo importante cambiaba en el talante de la misma sociedad, sin embargo en su momento no le dio una especial importancia. Fue a lo largo de las dos décadas que pasara en Spandau que vio que
podría haber intuido que algo muy importante estaba cambiando.
Al hilo de esto, más adelante nos comenta que un jefe regional de la Baja Silesia (Karl Hanke) le dijo en el verano de 1944 que no aceptara nunca visitar un campo de concentración de la Alta Silesia (Auschwitz, probablemente); nunca, bajo ningún concepto, ya que había visto allí cosas que no le estaba permitido describir y que tampoco podría hacerlo aún queriendo.
Speer no le hizo ninguna pregunta ni posteriormente investigó nada al respecto, ni preguntó ni a Himmler ni a Hitler.
"No quería saber nada de lo que estaba ocurriendo allí". A partir de ese momento, ya en reflexiones hechas durante los juicios de Nuremberg, él se consideraba responsable del holocausto, pues si no supo fue porque no quiso saber, porque le era más cómodo no tener ninguna carga de consciencia.
Por otra parte, la imagen que nos transmite de
Hitler es de alguien profundamente ocioso, que pierde y hace perder mucho tiempo con comidas, pases de películas, veladas,... día tras día, con sus colaboradores más cercanos, a quienes les hace partícipes de esas aparente pérdidas de tiempo; al menos en tiempos de paz.
8 de febrero de 1942: Un accidente de aviación del que casualmente se libra
Speer, acaba con la vida del que fuera
Ministro de Armamento y Munición del Ejército, haciendo que
Hitler imponga el cargo a
Albert Speer ("No tengo a nadie más").
Speer se comporta en su nueva faceta como un tecnócrata, intentando optimizar su trabajo al máximo posible, viendo la excesiva burocracia que enlentece todo proceso, cosa fatal en una situación de guerra. Aquí acaba constatando el egoismo y la desmesura de los jefes regionales del Partido, que ni siquiera en tiempos de guerra acceden llevar una vida más austera. En su cargo,
Speer intenta por todos los medios priorizar la producción de armamento, pero encuentra trabas continuas. Al parecer él debía de ser el único que tenía claro durante la primavera de 1942 que o bien se ganaba la guerra con el armamento que poseían, o si dejaban que llegara el invierno la perderían.
A modo de anécdota, se me antoja a mí anecdótico, al explicarnos sobre la falta de materias primas necesarias para la producción idónea de material bélico nos dice que
Göring le insistió en más de una ocasión y de manera bastante seria, aunque sin especificar cómo hacerlo, que podrían fabricar las locomotoras con hormigón, para ahorrar en el cada vez más excaso acero. Estas locomotoras durarían menos pero sería más factible fabricar muchas más... Aparte de esto,
Speer se quejaba de la acumulación de errores y falta de rigor a la hora de tomar decisiones, tanto por parte de
Hitler (sobre todo) como de los otros líderes del Partido, guiados más por sus "intuiciones" y autoritarismos que por los análisis de los hechos (referido todo esto al hecho de ganar o perder la guerra).
Durante el período de la guerra,
Speer nos hace notar una y otra vez que
Hitler, como estratega militar, era un verdadero desastre, tachando de derrotismo a todo aquello que apuntara a una posible debilidad en sus ejércitos y, por lo tanto, no poniendo soluciones ya que insistía en que todo eso eran falsedades. Por otra parte, nadie osaba contradecirle.
Al final de la guerra,
Hitler dio órdenes para que se destruyera todo que se previera que sería tomado por el enemigo: toda la industria, tanto armamentista como de bienes para la población, todas las comunicaciones (puentes, carreteras, líneas de ferrocarril, telégrafos,...),... en definitiva, todo aquello que el enemigo pudiera aprovechar.
Speer intentó no seguir estas órdenes, argumentando que se debían a la población para que al menos ésta pudiera recuperarse una vez acabada la guerra. Aunque en un principio pudo ir trampeando estas órdenes e incluso contraviniéndolas hasta el punto de recibir un últimatum
Hitler: en base a la "amistad" que se tenían y en que era
su arquitecto, le ordenaba acatar las órdenes o "ponerse enfermo" y retirarse a descansar de la tarea de Ministro de Armamento (a otra persona la hubiera, simplemente, eliminado).
Speer no quería desprenderse de sus responsabilidades ministeriales (antes prefería ser destituido, cosa a la que se negó
Hitler) y acabó accediendo a las pretensiones de
Hitler acerca de la destrucción de la industria alemana en tierras a punto de ser conquistadas por el enemigo. No obstante, se empecinó en que estas órdenes nunca se cumplieran.
Luego llega la derrota, la capitaulación, la detención y el juicio de Nuremberg, donde
Speer adopta la decisión de no luchar por su defensa asumiendo la responsabilidad de lo acontencido para salvar la cara del pueblo alemán, que no debe cargar con las culpas, a su entender.
1 de octubre de 1946: "Albert Speer, condenado a veinte años de prisión."
PODI-.