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Hasta el S. XVIII la navegación marítima tenía un problema sin resolver que le era capital. Podía saberse con gran exactitud la latitud en la cual se encontraba una nave a través de las estrellas pero no podía determinarse en qué longitud. Es decir, se podía saber cuánto al Norte o a Sur se estaba pero no cuánto hacia el Este u Oeste respecto un punto determinado.
Y es que el cielo se ve igual si estamos cientos de kilómetros hacia el este que hacia el oeste; la única variación reside en el momento en el cual empiezan a aparecer las diferentes constelaciones por el Este (cuanto más hacia el Oeste estemos situados, más tarde lo harán) o en el momento del ocaso, el mediodía o el alba, que también son más tarde cuanto más al Oeste nos situemos..
Es decir, si lleváramos un reloj que nos diera la hora de un punto conocido - por ejemplo, Londres; ...pero podría ser cualquier otro - y viéramos cuánta diferencia de tiempo obtenemos con respecto a la hora local - calculada con el mediodía solar -podríamos saber a cuántos grados de longitud respecto de ese punto nos encontramos. Por ejemplo, si la hora de Londres, en el momento en que fuera mediodía en el punto donde nos encontráramos (o sea, las 12:00), fuese las 13:00 querría decir que estamos a 15º W respecto del meridiano 0º (escogido arbitrariamente como aquel que pasa por Greenwich, en la actualidad, si bien no siempre fue así).
¿Porqué una hora de diferencia horaria corresponde a 15 grados? La Tierra gira sobre sí misma (360º) en 24 horas, por lo que en una hora habrá girado 15º (360º:24h = 15º/h)
Entonces, sencillo. ¿Porqué no llevaban un reloj y hacían estos cálculos? La respuesta no puede ser tampoco más sencilla: no había relojes lo suficientemente precisos; todos ellos podían adelantar o retrasar hasta 15' al día siendo inútil todo cálculo realizado con ellos. En realidad, en algunas naves llegaban a viajar multitud de relojes destinados a contrarrestar los adelantos de unos con los atrasos de los otros para conocer algo tan obvio como la información que recibimos hoy al mirar nuestra muñeca de un solo vistazo: la hora.
No poder determinar la longitud ocasionó múltiples pérdidas que tienen que ver con no saber llegar a islas que habían sido descubiertas con anterioridad pero que no fueron ubicadas con unas coordenadas correctas, con múltiples naufragios, pérdidas por el océano con la subsiguiente muerte de muchas tripulaciones...
Hasta el descubrimiento del Nuevo Mundo y la expansión por el Pacífico, las rutas marcadas para la navegación no se alejaban excesivamente de las costas; se accedía a Asia, a la India (o las indias) rodeando África y encontrando multitud de referencias terrestres que permitían autolocalizarse con relativa facilidad. A partir de que se empezó a atravesar el Atlántico y con los descubrimientos en el Pacífico, estas referencias terrestres dejaron de existir. De hecho, Cristóbal Colón creyó haber llegado a las Indias cuando topó con América; de haber sabido en qué Longitud se encontraba habría tenido pistas de inmediato para darse cuenta de que era imposible haber llegado tan lejos.
Así pues, hacia mediados del siglo XVII y hasta entrados en el XVIII, Inglaterra y Francia compitieron ferozmente por hallar alguna forma para determinar la longitud en la que se econtrasen sus navegantes. Inglaterra llegó a ofrecer un premio de 20.000 libras a quien diera con una solución definitiva (una auténtica fortuna en la época). No solo eran los países los que entraron en una carrera investigadora, lo fueron a su vez las diferentes ramas de la ciencia que pretendían obtener dicha solución: Astrónomos y relojeros... ¿Relojeros? bueno, de hecho un único relojero que en realidad nunca tuvo estudios como tal: John Harrison, que ideó un reloj insólito hasta entonces y de una precisión casi que actual.
Los astrónomos no podían concebir que la solución no viniera de la interpretación de complicadas pero fiables cartas celestes. Harrison estuvo totalmente seguro de que la única forma posible era llevando a bordo un reloj "fiable". Dedicó toda su vida, alrededor de 80 años, a la concepción, confección y perfeccionamiento de un reloj ultrapreciso pero sobre todo a la aceptación por parte de los comités científicos de la época de que así era, teniendo que pasar por pruebas rigurosísimas más encaminadas a desacreditar su invento que a confirmar su valúa (muchos de sus jueces eran astrónomos).
Este libro nos narra la historia des esa batalla por conseguir la aceptación de los relojes de Harrison como método fiable para el cálculo de la longitud. "Relojes", porque llegó a fabricar hasta cuatro modelos: los H1, H2, H3 y H4.
El relato no es una novela si bien podría serlo. Umberto Eco dijo sobre el mismo
"este libro no es una novela; es una historia verdadera que se lee como una novela". Fue después de haber leído
l'isola del giorno prima (en Italiano), del propio Eco, que picado por la curiosidad del tema escogí "Longitud".
Tan sencillo como poseer un reloj preciso; ...tan difícil como eso mismo, precisamente.