Spamalot (tarde de teatro)

Hace unos días estuvimos en el teatro. La obra en cuestión era Spamalot. Tan solo decir de ella que me gustó mucho. Un musical con un hilo conductor que es la búsqueda del Santo Grial por parte del Rey Arturo y los guerreros a los que ha convencido para tal tarea.

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Es bonito ir al teatro. Siempre sale aquello de qué caro es, pero si nos ponemos a pensarlo, no es tan caro. La tendencia inicial es a compararlo con el cine pero no es buena comparación ya que existen grandes diferencias. En el teatro no pueden permitirse un error; no hay una segunda toma que luego se enlazarán al resto de tomas buenas despreciando las que no interesen.

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Además, en el teatro existe una proximidad actor-público, algo que hace que se convierta en algo más entrañable. Así como en el cine la interpretación va dirigida a un posible público, en el teatro la interpretación va dirigida a un público concreto y tangible, el que se encuentra frente a los actores en cada una de las funciones.

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Esa tarde de domingo teatrera yo me sentí en aquella sala con el privilegio de que unas personas estaban actuando expresamente para mí, para mí y para cada uno de los asistentes, claro. Para mí y no para la posibilidad de que yo un día vaya a ver la función; para mí, que estaba allí viéndoles en ese momento, viendo como interpretaban en ese momento.

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También se adquiere una cierta complicidad actor-espectador. Aquel día, había muerto Pepe Rubianes, quien había cedido su “voz en off” para que ésta se oyera en una parte de la función en cada una de las representaciones. Después de salir dicha grabación, el público rompió en aplausos, aplausos más largos que los que podían oirse en otros momentos susceptibles de aplaudir. Aplausos que fueron acompañados por los propios actores. No hizo falta que éstos dijeran nada; todo el mundo comprendió el hecho.

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A los pocos segundos, el espectáculo continuó, como no podía ser de otra manera.

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